Una Congregación altamente cualificada humana y espiritualmente, de fe profunda, en una entrega incondicional al servicio de los más pobres, comprometida en la evangelización, con muchas vocaciones y un significativo número de laicos que profundicen y vivan nuestro carisma sacerdotal mariano.
Con la Constitución de 1886, de inspiración conservadora, se da origen a la República de Colombia, y con ello a un largo periodo de presidentes del mencionado partido. Fueron 45 años de un ejercicio de poder hegemónico en manos de un gobierno conservador y de la lucha de los liberales por obtener la presidencia. Sería hasta 1930 que el liberal Olaya Herrera lograra romper casi cincuenta años de imposición conservadora. La lucha de estos primeros cincuenta años de República consistió en la propuesta de un itinerario político que oscilaba entre mantener una estructura social cerrada y cercana al colonialismo (conservadores), y la realización política de las ideas de la ilustración y del progreso (liberales). Este bipartidismo fomentó guerras y levantamientos, hambrunas y crisis sociales en el territorio, por ejemplo, la llamada “Guerra de los mil días”. Por su parte, Margarita Fonseca, como también la naciente comunidad de consagradas, vivenciaron estas crisis y tuvieron como reto dar una respuesta contextual y del Espíritu ante una realidad convulsionada y confusa.
La realidad política y social exigía respuestas a las exigencias históricas. Quien quisiera responder a la realidad debería tener la capacidad de armonizar las necesidades regionales con las propias de la ciudad; lograr un equilibrio entre el peso de la tradición y la urgencia de transformación; y, volver el rostro a quienes estaban sufriendo por la guerra, el hambre, la insalubridad y otras formas de violencia. Poco a poco Margarita Fonseca y compañeras fundadoras fueron descubriendo que la historia exigía de ellas una disposición que estuviera cargada de vitalidad y de practicidad: la hallaron en la conjugación sin separación entre contemplación y acción. Pero dejarse instruir del Espíritu que busca responder a la realidad, no es un camino fácil.
Origen de las Siervas de Cristo Sacerdote: el comienzo perfila el caminar
Los comienzos fueron sencillos: el consejo de un sacerdote, un pequeño salón, algunas mujeres, mucha locura y el Evangelio del discipulado de total confianza: “El 15 de octubre de 1918 tuvo principio en un pequeñito salón recogiendo a 9 infelices mujeres jóvenes de las que por abandono y miseria pernoctaban en los cuarteles de policía de esta ciudad, muy pocos meses alcanzó el R.P. José a dirigirnos y echar cimientos de esta obra que al principio pareció locura a muchas personas experimentadas y sensatas de nuestra sociedad; por consejo y casi puedo decir que por mandato expreso del P. José empezamos sin alforja ni dinero”. De entre los muchos grupos vulnerables y muchas urgencias del contexto, la que fue discernida como clave de la obra fue el trabajo por dignificar a las mujeres. Aquellas nueve mujeres en abandono pronto serían sesenta, luego setenta y muy rápidamente, la institución requería 250 camas para recibir a aquellas mujeres en estado de abandono.
¿Cuáles fueron las causas de la aparición de estos apóstoles de la caridad?En primer lugar y especialmente su fin era, buscar su propia santificación y el bien de los pobres, siendo relevante en la época, las mujeres en situación de vulnerabilidad: niñas, adolescentes, madres, mujeres viudas y adultas mayores que pernoctaban en las estaciones de policía y deambulaban por las calles de Bogotá, debido al lastre de la guerra de los mil días
El principal origen de todo esto fueron dos mujeres: Margarita Fonseca y Manuela Montoya.
Margarita Fonseca, bogotana de clase media alta, nacida el 2 de mayo de 1884. El testimonio de muchas hermanas, poemas y exhortaciones suyas a sus hermanas de religión hace que se le identifique como una mujer fogosa y de un gran celo apostólico: “de esto estoy tan convencida que creo que una docena de almas ardientes harían más que las setenta y seis almas vulgares de mediana resolución… Que en esta Pascua salgan de él a prender fuego a la tierra y llenas de generoso amor a Cristo, a sus intereses y a su Iglesia, denodadas, valientes sin que nos asuste ningún sacrificio”, dotada de clara inteligencia: “Yo me sentía una personalidad, el ser más feliz del mundo, y reconozco hoy que la educación que me daba mi papá era la que me convenía. El me educaba de ese modo únicamente por motivos humanos; se ponía bravo cuando alguna visita se apiadaba de mí al verme con mis muletas y decía: ¡pobrecita, Margarita! Cada vez que oía eso, él decía: ¿pobrecita de qué? Margarita es el ser más rico del mundo por su inteligencia, por su carácter…etc, ella es instruidísima. Mi única ambición humana era de veras instruirme, era como una pasión para mí”. Capacidad de organización y don de mando: “Ahora organicé la petición de la limosna de la una y media a las cinco y media y por la mañana todas tienen que asistir a un taller: los hay de carpintería, latonería y zapatería chinelería, alpargatería, zuelería, arreglo de maíz, telares, máquinas de hilar, modistería, planchador, lavadero, alfarería, colchonería preparador y (panadería diaria) cada hermana asiste un taller…las hermanas y las niñas quedan divididas en cuatro secciones”. Alegría y sentido del humor: “Debemos también tener siempre alegría; alegría que se trasluzca en la serenidad del semblante y en todos nuestros movimientos; arrojemos fuera la tristeza; nunca en la Casa de Dios hay motivos para estar tristes; pensemos que habitamos con El bajo el mismo techo y vivimos con almas que son sus prometidas, señaladísimas con carismas y dones de su amor”. De una espiritualidad profunda en la que deja entre ver los atributos del Sacerdocio de Cristo: “Siga Vuestra Caridad anonadándose ante Nuestro Señor, ¡oh! Todo lo que podamos ahondar en el abismo de nuestra propia nada es una gran ganancia, abramos la zanja que Nuestro Señor echará el cimiento, y si queda muy sólido sobre él edificará el edificio de nuestra propia santificación; ahondemos, ahondemos”. “Hermanas mías que en nuestro corazón se ofrezca un holocausto continuo, donde la víctima y el victimario seamos nosotras”. Apóstol de la caridad, se alimentó de la Palabra y de la Eucaristía, la hizo vida mediante el servicio a los más pobres: “Hambre y sed de justicia en lo que expresa eso diariamente de hacer todas las cosas por el amor de Dios y la propia santificación y la salvación de las almas; no perdiendo momento ni ocasión de saciar esa hambre y sed que me debe devorar y Nuestro Señor tiene también y espera de su Sierva que lo sacie”, “El fin primordial es la propia santificación por medio de la oración y del ejercicio de las obras de misericordia en favor de los menesterosos”.
“Cuando vuelvo yo la vista al pasado y considero la misericordia de Nuestro señor conmigo, créame me siento como fuera de mí misma, no acierto a otra cosa más sino a repetir las mismas palabras de la Santísima Virgen en su incomparable, Magníficat”
En respuesta a Dios y fiel a la fuente fundacional la Congregación, guiada por la acción del Espíritu Santo, a lo largo de estos cien años ha respondido a las necesidades del mundo según los signos de los tiempos, viviendo y compartiendo el Carisma en ciento veintiuna casas fundadas, de las que hoy permanecen: quince obras propias de la Congregación y catorce puestos de servicio que desde la evangelización y humanización ha generado impacto en la vida de más de 878.000 mujeres, innumerables familias y vocaciones sacerdotales. Hoy continúa preparándose en todos los ámbitos, para responder desde el Evangelio a los desafíos de las nuevas formas de pobreza, y a las exigencias de los sistemas de cada época.
Para hacer extensivo el Carisma y Espiritualidad, la Congregación está en la tarea de fomentar y fortalecer el grupo de laicos comprometidos y el de voluntariado.
El centenario de nuestra fundación será muy fecundo en gracias, compromisos y realizaciones. Mediante la oración, la vivencia de nuestra consagración y testimonio de una verdadera fraternidad, nos enfrentamos al desafío de continuar trabajando arduamente por el proceso de beatificación y canonización de nuestra Madre Margarita, el impulso de la cultura vocacional y la actualización y renovación de nuestras Constituciones, que enraizadas en el Evangelio y viviendo la faceta de Cristo Sacerdote, será la ruta para alcanzar la santificación de sus miembros.
¿Cómo nos proyectamos?
Como imagen de una Iglesia servidora, alegre, sencilla y abnegada. Con la actitud y sentimientos de Cristo Siervo y María, la Sierva del Señor, en una entrega radical al servicio de los más pobres y por la santificación de los sacerdotes y la eficacia de su ministerio
Cuando hablamos de misión estamos hablando de algo más que de unas actividades pastorales. La misión va más allá de las obras apostólicas concretas, pues articula diferentes dimensiones de nuestra vida; toda ella llamada a ser anuncio de la novedad del Reino de Dios. Por ello bien podemos decir que la misión está en el corazón mismo de la vida consagrada y también de la forma de vida como Siervas de Cristo Sacerdote.
Así es que desde los valores del Evangelio que encarnó y vivió nuestra Fundadora Madre Margarita Fonseca Silvestre, la Congregación cumple su misión de acompañar y colaborar en la misión apostólica de los sacerdotes; son agentes de cambio social, transformado, enalteciendo y dignificando la vida de la mujer más vulnerable en todas las edades: niñez, adolescencia, juventud y adultez con y sin discapacidad, a quienes la sociedad ha impedido gozar de sus derechos fundamentales.
Está centrada en Cristo Sacerdote el Servidor de Yahvé. En la Iglesia Sacramento universal de Salvación. En María, la humilde Servidora del Señor y Madre de la Iglesia. En la vivencia del Evangelio, la contemplación, la inmolación oculta y silenciosa; en la docilidad al Espíritu Santo.
Quiso Dios prepararla de una forma especial, tuvo como escuela el lecho del dolor en la que dirigida por el Espíritu Santo y en diálogo íntimo con el Señor empezó a vivir el sentido de la Cruz. Quiso el Señor manifestar su poder en la debilidad, haciendo de ella una servidora fiel.
Su amor evangélico lo expresó en la comprensión, en el servicio, el cuidado constante de las niñas y el celo por la salvación de sus almas; insistía a sus hermanas de comunidad la vivencia plena y sincera de la gracia vocacional. Se abrió a la necesidad nacional y universalidad eclesial.
Estuvo frente a la Congregación durante veinte siete años, en los que experimentó luchas, privaciones e incomprensiones que templaron aún más su ardiente espíritu en el amor y la entrega a Dios y a los hermanos.
Manuela Montoya, bogotana de clase media alta, nacida el 22 de marzo de 1874; gustaba de la poesía y dedicaba a su Señor Sacramentado cuantas cosas bonitas decían los poetas, tenía el hábito de la lectura en español y francés; era fuerte en literatura e historia, no así en matemáticas. Manuela pasó de una vida cómoda: mesa abundante, alcoba abrigada, armario con suficiente ropa, zapatos y perfumes finos a usar una modesta y pobre túnica, a vivir en una fría y húmeda casa pobre, a confeccionar ropa para las niñas de los talegos en que venía la harina, a dormir en un colchón y almohada de paja, a compartir con los pobres en vajilla de barro y mesa sin mantel los alimentos que pedían para su diario sustento, y a inhalar la fragancia de la creolina para contrarrestar los insectos que les invadían. En algunos testimonios de las religiosas que convivieron con ella se destacan las principales virtudes y características de su vida: acendrado amor a la Eucaristía, amor filial a la Santísima Virgen, caridad ejercida en particular con los pobres, desvalidos y culpables, bondad y paciencia, gran confianza en Dios y una paz inalterable, humildad y amor a la pobreza, mortificación y fortaleza, enamorada de Jesús Sacramentado y celosa de su culto; toda su vida la pasó haciendo el bien, silenciosa y desapercibidamente.
Han sido muchas las mujeres que se han entregado a la construcción del Reino de Dios, dignificando humanidad a lo largo de estos 100 años en Colombia, Ecuador, Perú e Italia.
Gran ejemplo de estas Siervas de Cristo Sacerdote fue Madre María Angélica del Agnus Dei, quien después de estas dos mujeres, estuvo frente a la Congregación como Superiora General por el espacio de 24 años, en los que se dieron avances significativos: el cambio de nombre el 24 de junio de 1958 y el esclarecimiento del Carisma y Espiritualidad Sacerdotal Mariana, junto a la expansión de las obras.
María Angélica, mujer de oración que supo beber de la fuente, fue un instrumento en las manos de Dios, para desde la experiencia compartida con Madre Margarita y Madre Manuelita, saber leer los signos de los tiempos e interpretar la doctrina recibida. El Carisma y Espiritualidad Sacerdotal-Mariana se fundamenta en el fin de la Congregación que definió Margarita Fonseca en 1918 como: “Las personas que se alisten en el número de las Esclavas de Jesús han de tener por único y principal fin su propia santificación y el bien de las almas de los pobres, el cual deben procurar por cuantos medios estén a su alcance; siendo el primero y principal la oración, deben ofrecer al Corazón agonizante de Jesús una oblación constante de su vida, su salud, sus deseos, gustos, consolaciones interiores y consuelos espirituales, rogándole que las haga partícipes de las agonías del huerto, para poder expiar ellas de alguna manera sus propias faltas y las de las pobres almas por las cuales se ofrecerán diariamente como víctimas expiatorias; tendrán siempre delante de los ojos de su alma al Cordero sin mancha cargado con los pecados del mundo, y rogarán con instancia a Nuestro Divino Redentor que descargue sobre ellas los castigos que merecen los pecadores, privándolas hasta de sus puros goces del amor divino, y que en cambio conceda gracias eficaces a los sacerdotes y misioneros, predicadores y confesores, para que trabajen con fruto en la conversión de los pecadores”